Simón Bolívar, El Libertador, el genio de América, el
creador de Repúblicas, a pesar de todas las idealizaciones que de él se han
hecho, ya que era un excelente estadista, militar, jurista, gobernante,
guerrero y muchas otras cosas que la gente ignora, porque decirse bolivariano
no es solo decirlo y ya, sino conocer la vida magnífica de nuestro héroe, era
como todos nosotros un ser humano, con sus debilidades y pasiones; por eso,
hablar de toda su magnificencia y no hablar de sus pasiones desbordadas es un
grave error que cometen muchos historiadores.A
través de este resumen quiero nombrar muchos de los amores de Bolívar, tan
desconocidos y poco nombrados:
- María Ignacia Rodríguez de
Velasco y Osorio:
Simón
Bolívar huérfano, llega a los 16 años arriba al puerto de Veracruz el 2 de
febrero de 1799. Es en esta ciudad donde a fuerza de protocolo, con rapidez,
por intermedio del soltero Oidor de la Real Audiencia, Don Guillermo de Aguirre
y Viana, pariente del obispo de Caracas, entra en relación con doña María
Ignacia Rodríguez de Velasco y Osorio, a quien llamaban “la güera Rodríguez”,
significando así el rubio color de la piel y el cabello de esta bella mujer.
- María Teresa del Toro y Alayza:
El
salto grande y su mujer sin duda alguna ahora se llamaría María Teresa del Toro
y Alayza, emparentada por sangres muy cercanas a la burguesía provinciana
criolla de Caracas y el centro del país, a través del Marqués del Toro y los
Rodríguez del Toro.
-
Fanny Dervieux Du Villard:
Simón
bolívar regresó a España luego de la muerte de su esposa y de ahí viajó
a París en la primavera de 1804. Allí en el “Hotel de los Extranjeros”
permanecerá rodeado de amigos, derrochando infinitas ilusiones y
aprendiendo cada día más de la vida.
Al cabo de poco tiempo aparece
ante él, ella, de cuerpo entero, entre bautismos y enlaces connubiales
llamada “Fanny” Louise Denisse Dervieux du Villard, casada con el
cincuentón coronel realista y conde a la vez, Bartolomé Dervieux, mujer
de mundo, hija del barón de Trobiand de Kenreden, su pariente lejano por
la sangre Aristiguieta.
Fanny, blanquísima mujer de cabellos tirando
a rubio oscuro, como lo señalan sus biógrafos, frívola por demás,
coqueta, de refinamiento y gracia elegante pese a ser un tanto gruesa,
la boca fina, los ojos azules aunque el color a veces era variable,
sonrosada la piel, de senos rellenos y brazos torneados, el andar lento y
sinuoso, por otra parte hábil y encantadora.
Para el momento del
encuentro Fanny frisaba las 28 primaveras, y a pesar de los múltiples
compromisos sociales empezó a intimar con aquel solitario viudo de 20
años.
Antes de
partir de aquel París sensual e inmiscuido en los diversos escenarios de
la sociedad sibarita. Bolívar habría de acariciar otros sentimientos y
de apurar el cáliz juvenil en otros corazones. Así, preparado para una
larga caminata europea de instrucción, que lo llevara por el centro del
viejo continente, acompañado esta vez del Robinson filósofo, es decir,
de su maestro Simón Rodríguez y del cuñado Fernando toro, mientras se
recibe el francmasón del culto escocés conoció de verás e intimó en esa
Lutecia eternal –calle de Vaugirard-, del rococó y Chautebriand, con su
amiga Teresa Lesnais (Lesnays o Laisnay, para otros), dulce, bella,
reservada y enigmática mujer, a quien llegó a amar sin alardes hasta
allá, por los días imborrables de 1806. (De esta relación según este
autor le nació una hija).
En su carrera
hacia la gloria Bolívar sigue al Estado Soberano de Cartagena, y en
conjunción como coronel efectivo de los ejércitos neogranadinos con
doscientos hombres y la bandera cuadrilonga desde Barranca invade la
cuenca caliente del bajo Magdalena para perseguir sin pausa a los
soldados realistas. A finales de 1.812 y cargando con veintinueve años
en los meandros y visiones de sus aguas revueltas, de frente al
majestuoso rio, Cupido hace las suyas y así conoce a la francesa Anne
Lenoit, entonces de diecisiete años bien formados, tímida, joven de
pareceres y rubia bella de Paris, “la mayor atracción del pueblo”;
establecida familiarmente en aquel lugar junto con su padre, un emigrado
europeo que se desempeñaba como comerciante en la tórrida zona de
Mompox.
El 4 de
agosto de 1.813 conoció de veras el Libertador a Josefina Machado, “la
señorita Pepa”, como la llamaban en la intimidad, al entrar aquel
triunfante a Caracas, luego de Campaña Admirable. Bolívar regresaba
entonces a la ciudad natal con todas las loas imaginables y en las
ofrendas que se le tributaron encontró, de improviso, con que una de las
doce bellas caraqueñas vestidas de blanco que frente al cabildo
citadino le colmaron de laureles a la manera clásica de la antigüedad
romana y que además lo arrastraron en el carro triunfal, como hombre y
conquistador le interesaba aquella ninfa o vestal. Josefina, la escogida
por el corazón, en aquel momento frisaba en los veinte años y quienes
la conocieron cuentan que además era morena, de cabellos negros,
estatura regular y transmitía un ardor delicioso apenas con su presencia
destacada, de ojos grandes y vivos, la boca carnosa y de una alegría
natural que en momentos de solaz llegaba a contagiar a cualquier mortal.
Isabel
Soublette, oriunda de la sociedad mantuana emergente de la época, la del
reencuentro romántico en esa costa con el Libertador Simón Bolívar,
también fue su amante; una mujer descrita como esbelta, rubia y blanca,
de ojos azules y bellos.
Era una distinguida hermana del General
Carlos Soublette, quien fuera más tarde Presidente de Venezuela, y prima
a su vez de su rival Josefina Machado, con la que en un equilibrio
amoroso entre la rubia y la morena debió compartir a ratos y no sin
ciertos celos, este amor imposible.
La perla
antillana de Bolívar fue Julia Cobier o Gober; criolla dominicana,
morena pálida, de buena presencia, tierna, excitante y rica. Pernoctaba
con Bolívar ella en Kingston cuando sus enemigos fueron a otra casa y
asesinaron al pobre Félix Amestoy, quien lo esperaba para platicar, y
por breve reposo ocupó su hamaca.
Bernardina
Ibáñez es la perla del Libertador que procede de Ocaña. Estuvo entre
las quinceañeras que lo coronaron en Bogotá después de la batalla de
Boyacá. Esa "Melindrosa" para Bolívar, pretende ser un ángel. Estaba
prometida en matrimonio con el pavo del ejército, el coronel Ambrosio
Plaza.
Paulina
García, una esbelta trigueña de negra y larga cabellera, esbelta y
trigueña, llena de atributos físicos y espirituales, conmovedora, de 20
años, palmireña genial sacó a Simón Bolívar de casa de Becerra y con
argucia suma y en actitud suprema se lo llevó a la suya por dar
“seguridad”.
El 1 de
diciembre de 1827 salió para Bogotá, ante la solicitud de Bolívar de
reanimar «una vida que está expirando». En esta ciudad debió enfrentar
un grupo grande de detractores, entre los que se encontraban Francisco
de Paula Santander y José María Córdova, enemigos declarados de la
Sáenz. «Tendría 29 a 30 años cuando la conocí en toda su belleza. Algo
gruesa, ojos negros, mirada indecisa, tez sonrosada sobre fondo blanco,
cabellos negros, artísticamente peinados y los más bellos dedos del
mundo [...] era alegre, conversaba poco; Fumaba con gracia. Poseía un
secreto encanto para hacerse amar», así la describió Jean-Baptiste
Boussingault, un profesor de ciencias francés que Santander trajo a
Colombia en 1824, y con quien Manuela compartió muchos momentos
políticos y sociales. Durante los primeros meses de vida en Bogotá,
Manuela vivió en la Quinta de Bolívar, una casa situada «a la sombra de
los cerros de Monserrate», construida por José Antonio Portocarrero a
principios de siglo y que, por motivos de las guerras de independencia,
pasó a manos de Bolívar en 1820.
El 24 de julio de 1828, no obstante
encontrarse Bolívar en el Palacio de San Carlos, ejerciendo sus poderes
dictatoriales sobre la república (luego de la disolución de la
Convención de Ocaña, el 11 de junio, y, consecuentemente, del Congreso),
Manuela celebró el cumpleaños de Bolívar en la Quinta. En el transcurso
de la fiesta, ella realizó un fusilamiento simbólico de Santander,
«ejecutado por traición», según rezaba el letrero colgado del muñeco.
Parece que la descarga se escuchó perfectamente en todo Bogotá. Con este
acto, la política de reestructuración de la República que adelantaba
Bolívar, estuvo a punto de derrumbarse. En la primera semana de agosto
de ese mismo año, y a pesar de la orden de Bolívar de que permaneciera
alejada del público, Manuela Sáenz puso treinta y dos pesos de plata en
manos de don Pedro Lasso de la Vega por la casa marcada con el número
6-18 de la calle 10, para así estar más cerca al Palacio de San Carlos,
es decir, de Bolívar.
Esta cercanía y la conjugación de sus talentos
físicos con sus habilidades políticas le permitieron a Manuela saber de
la conspiración para matar al general, conspiración que tomó fuerza por
el descontento en casi todos los estratos. Los soldados se quejaban por
el atraso en los pagos, las mujeres, de la carestía, la aristocracia,
de la pérdida de privilegios, los comerciantes, por el detrimento en sus
negocios, y los intelectuales, por la falta de libertad. En la
conspiración, se rumoraba, estaba implicado Santander. El primer intento
fue en el mes de agosto, en la fiesta de máscaras en el teatro El
Coliseo (Colón), del que se salvó gracias a la acción involuntaria de
Manuela. El segundo intento fue el 25 de "setiembre", en el Palacio de
San Carlos. Esta vez fue la acción premeditada de Manuela la que hizo
que saliera ileso, y por ello fue llamada por Bolívar «la libertadora
del Libertador». El 20 de enero de 1830, Bolívar presentó renuncia a la
presidencia. El 8 de mayo emprendió el viaje hacia la muerte, ocurrida
el 17 de diciembre en
Santa Marta. Desde su partida, los ataques
contra Manuela tomaron forma y nombre: Vicente Azuero se encargó de
incitar a la gente a manifestar su descontento con La Sáenz, mediante
carteles, "papeluchas" y actos como la quema de dos muñecos en la fiesta
del Corpus Christi, en los que personificaron a Manuela y a Bolívar
bajo los nombres de Tiranía y Despotismo. La reacción de Manuela fue
obvia: destruyó las figuras y todo el andamiaje que las sostenía. El
resentimiento santafereño cedió a las acciones de Azuero; sin embargo,
Manuela recibió el apoyo del sector que menos esperaba, las mujeres:
«Nosotras, las mujeres de Bogotá, protestamos de esos provocativos
libelos contra esta señora que aparecen en los muros de todas las calles
[...] La señora Sáenz, a la que nos referimos, no es sin duda una
delincuente». El gobierno estuvo a punto de considerar éste y otros
llamados de "las mujeres liberales", como ellas mismas se llamaron, pero
un folleto, "La Torre de Babel", escrito por Manuela Sáenz, en el que
no sólo ponía de manifiesto la ineficacia e ineptitud de los rectores
del gobierno, sino que revelaba secretos de gobierno; hizo que se le
acusara de actos «provocativos y sediciosos», y se procediera a
encarcelarla, por lo menos virtualmente.
En los últimos días de 1830,
Manuela emprendió el viaje hacia Santa Marta para cuidar la salud de
Bolívar, pero sólo llegó hasta Honda. Allí recibió una carta de Louis
Perú de Lacroix, un joven veterano de los ejércitos de Napoleón, edecán
del general hasta hacía poco, que decía: «Permítame usted, mi respetada
señora, llorar con usted la pérdida inmensa que ya habremos hecho, y que
habrá sufrido toda la república, y prepárese usted a recibir la última
fatal noticia» (18 de diciembre de 1830). Desde este momento, Manuela
perdió su objetivo en la vida. Con la muerte de Bolívar, el desprecio
por ella se desbordó, por lo que decidió partir hacia Guanacas del
Arroyo; sin embargo, la persecución no cedió. El 1 de enero de 1834
Santander firmó el decreto que la desterró definitivamente de Colombia.
Fue a Jamaica, y de allí a Guayaquil, a donde llegó en octubre de 1835.
También tuvo que partir de Guayaquil, pues el gobierno de Ecuador no la
quería allí. Viajó, entonces, a Paita, un puerto en el desierto peruano
sin agua y sin árboles, y formado por una sola calle y un muelle al que
sólo llegaban balleneros de Estados Unidos. Allí, en un desvencijado
edificio, se leía: «Tobbaco. English spoken. Manuela Sáenz». La pobreza
la acompañó durante los últimos años, y finalmente también la invalidez.
El 11 de agosto de 1847 se enteró de la muerte de su marido, James
Thorne, asesinado el 19 de junio de ese año. En su testamento, Thorne
devolvía a Manuela los ocho mil pesos de la dote de los intereses; sin
embargo, ese dinero nunca Llegó a sus manos. Así, inválida, acompañada
por Simón Rodríguez (el Maestro del Libertador), quien también terminó
su vida en Paita (1854), y las cartas del General O'Leary, acabó la vida
de Manuela Sáenz, víctima de una extraña epidemia que llegó al puerto
en algún ballenero, el 23 de noviembre de 1856.
Simón
Bolívar la llamaba “La Gloriosa” ella lo admiraba demasiado y él le
mantuvo sentimientos puros y sinceros, Bolívar llegó al extremo de
autorizarle el uso de su nombre y apellido, que ella puso al lado del
suyo y desde entonces firmó "Gloriosa Simona Joaquina Trinidad y
Bolívar".
La
joven Manuela Madroño, acompañó al Libertador en su paso por la Sierra,
entre Guayaquil y Perú; el tiempo fue corto, aproximadamente tres meses,
mientras se preparaba la campaña de liberación del Perú. Dados los
acontecimientos de la guerra, el Libertador tuvo que separarse de la
joven Manuela Madroño, quien nunca le olvidó. Al extremo que ya
viejecita la gente le recordaba sus amoríos con él, y ella feliz
contestaba, ante la pregunta: ¿Cómo está la vieja de Bolívar?. "Como
cuando estaba moza".
En el baile
que le ofrecieron el 2 de junio de 1825 inicia su idilio con la joven y
agraciada arequipeña Paula Prado. Será un mes de apasionamiento y allí
mismo quedará su enamorada.
- Francisca Zubiaga Bernales De Gamarra (La Mariscala):
Francisca
Zubiaga y Bernales “la Mariscala” fue esposa y principal asesora
presidencial de Agustín Gamarra. Cuzqueña de nacimiento, de carácter
indomable, debeló conspiraciones y dirigió asuntos de estado. La
Mariscala fue una mujer que rompió esquemas, quebrantó paradigmas,
odiada por muchos y muchas, querida y amada por otros y otras, Doña
Pancha se convertiría así en la primera mujer peruana en tener activa
participación política. Como bien decía Clorinda Matto de Turner “esa
mujer fue mucho hombre” y agregaba además en uno de sus escritos
“…Tócame, en fin, ocuparme del Perú, mi amada patria, cuyo pabellón
blanco y rojo, hecho con la sangre de los héroes de la independencia y
el velo de las vírgenes del sol, fue glorificado por mujeres de la talla
de Francisca Zubiaga, esposa del generalísimo Agustín Gamarra”. O cómo
se refería de ella la escritora parisina Flora Tristan, quien tuvo la
oportunidad de conocerla antes de su temprano deceso “su rostro, según
las reglas con que se pretende medir la belleza, no era ciertamente
hermoso. Pero, a juzgar por el efecto que producía sobre todo el mundo,
sobrepasaba a la más bella. Como Napoleón, todo el imperio de su
hermosura estaba en su mirada...”
En el Cuzco le tributa un amor
decidido Francisca Zuniaga de Gamarra, esposa del general Agustín
Gamarra, quien llegaría a ser dos veces Presidente de Perú, y enemigo,
comprensible, de Bolívar y, por extensión, de la independencia de
Bolivia, nación a la que invadió, perdiendo la vida frente al ejército
patriota boliviano. Cuando a este general le criticaban su odio hacia el
hombre que lo había colmado de honores, respondía: "...Me concedió
honores, es cierto, pero me quitó la mujer...". Y siguiendo la tradición
iniciada con las hermanas Ibañez, dos hermosas ofrendan sin disputas
sus favores: Juana de Dios y Bárbara Lemus; y luego, las Patiño, María
de Jesús y Salustiana...
Benedicta
era una joven mujer bella y tímida a la vez, buena bailarina de valses,
de escasa bolsa, distinta a cuantas le rodeaban, quién sabe en qué
oportunidad, en que reunión, o de qué forma estratégica se encontraron
estos dos seres ansiosos de amar, uno frente al otro. Los amores de
Benedicta con Bolívar, si bien livianos en lo por venir, fueron “in
tensos de alto vuelo, íntimos e hirvientes”.
Desde el primer momento
la boliviana, ya abierta de ideas, constituyóse en otro paraíso dentro
de la vida nueva de Bolívar, y si bien no fue sujeta por varias
circunstancias a la inmediatez de los negocios y el compartir intimista
del caraqueño allá presente, no puede decirse que mientras anduvo por
aquellos contornos y paisajes dejara de contar con su presencia animosa o
el calor de su desprendimiento. Por ello, como respuesta a un sentir
verdadero Bolívar se autoproclama “tu amante”, al escribirle a poco
desde la sensual Lima, y todavía cuando piensa volver de visita a la
ciudad tranquila de La Paz. Y continúa empeñoso: “espérame a todo
trance…si no eres una ingrata, pérfida…”; y ella, a pesar de los
problemas familiares que a diario le arrebataban el sentimiento, supo
responder al llamado del corazón y guardar la llama de la esperanza,
mientras pendió de las palabras y los suspiros el imposible regreso del
héroe aclamado.
El 5
de octubre de 1825 llega Bolívar a Potosí y una dama le susurra al
oído: "Cuidado, quieren asesinarlo". La dama se llama María Joaquina
Costas y es la esposa del general boliviano Hilarión de la Quintana. Esa
noche mientras los asesinos desesperan al no encontrar a Bolívar, éste
recibe amor y cobijo en los brazos enamorados de María Joaquina, que en
el ínterin le revela toda la conspiración que incluye a su pariente León
Gandiarias.
Jeannette
Hart se llama la novia estadounidense que conoció en 1825 en el puerto
de El Callao, Perú, durante una recepción a bordo de la goleta insignia
"United States", y por la que estuvo a punto de batirse a duelo con un
gringo celoso, Jack Percival, asistente del Comodoro Hull, cuñado de la
joven que consentía la relación y la estimulaba. Jeannette murió
soltera, en 1861, en Nueva York. Se cuenta que cuando se enteró de la
enfermedad de Bolívar partió rumbo a Colombia, pero informada de su
deceso suspendió el viaje.
Fuente:http://whidmer.blogspot.com/2010/06/los-amores-de-simon-bolivar.html
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